Antonio Lucas

Antonio Lucas

Antonio Lucas (Madrid, 28 de diciembre de 1975) es un poeta y periodista español. Licenciado en Ciencias de la Información. Desde 1996 trabaja en el diario El Mundo de Madrid, donde actualmente es redactor de la sección de Cultura y columnista de Opinión. Como poeta ha sido ganador del Premio Loewe (2014).

Libros de poesía y Premios

  • Hacia la luz del fondo (Ciclo Poética y poesía). Fundación Juan March, 2017.
  • Fuera de sitio. Poesía 1995-2015″. Visor, 2016
  • Vidas de santos. Círculo de tiza, 2015.
  • Los desengaños (Premio Loewe 2014). Visor, 2014.
  • Los mundos contrarios (XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla). Visor, 2009.
  • Las máscaras. DVD Ediciones, 2004
  • Lucernario (Premio El Ojo Crítico 2000). DVD Ediciones, 1999.
  • Antes del mundo (Accésit del Premio Adonáis de Poesía 1995). Rialp, 1996.

Inclusiones en antologías de poesía

  • Yo es otro. Autorretratos de la nueva poesía. Edición de Josep M. Rodríguez. Barcelona, DVD, 2001.
  • Veinticinco poetas españoles jóvenes. Coordinadores Ariadna G. García, Guillermo López Gallego y Álvaro Tato. Madrid, Hiperión, 2003.
  • La lógica de Orfeo. Edición de Luis Antonio de Villena. Madrid, Visor, 2003.
  • La inteligencia y el hacha. (Un panorama de la Generación poética de 2000). Edición de Luis Antonio de Villena. Visor, Madrid. ISBN 9788498957471.
  • Quien lo probó lo sabe: 36 poetas para el tercer milenio. Edición de Luis Bagué Quílez. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 2012.

wikipedia.org

Poemas de Antonio Lucas

Hombre a oscuras

[A Vera y Jesús Ruiz Mantilla]

De la noche recuerda lo que no ha sido el sueño.
Tu cuerpo y su cuerpo, el cataclismo de abrazos.
Las voces de afuera.
La vida creciendo con su infernal abalorio
y su ruido en nosotros.

Va para un año que estamos aquí
sin avistar aún naufragios,
y somos despacio la fundación de otra selva,
el caldero que acoge lo que dos se descubre,
las palabras rehenes,
el contigo que avanza de mi noche a tu lumbre.

Te he visto a mi lado, rumbo ciego a deshoras,
enmudecer como un pecho.
En redonda unidad
dibujar una infancia
para amarme otra vez
o hasta odiarme despacio.

Este íntimo hambre de saber que aún no duermes,
pero estás a mi lado.
Esta arteria de sombra.
El sanar en lo oscuro la herida del día
con secreta herramienta de voces,
con cruda progenie de manos.

Qué falta de ti en lo callado del cuarto.
Cómo insiste el idioma en lo que nunca se ha escrito.
Hay certezas que calman sin ocupar el espacioy calientan los vientres,
y retardan la nieve en la provincia del daño.
Hay una esbelta piedad en la nunca aprendido,
mundos de sol donde ya no amanece.

Hay certezas que calman sin ocupar el espacio,
y calientan los vientres,
y retardan la nieve en la provincia del daño.
Hay una esbelta piedad en lo nunca aprendido,
mundos de sol donde ya no amanece.

No muy lejos de ti un hombre respira con casera intemperie.
Su insomnio es amor,
lento oficio y remedio.
Aceptar la pendiente de una luz que se apaga
es su sólo ademán de estar quizá solo
Y pregunta a su sangre.
Y responde a sus ecos.
Y es un árbol vibrando.
Y al callar se rebela.
Y se sabe memoria
de otras noches en vilo
extrañando en lo hondo (con ojos abiertos)
un contorno templado,
un nocturno calor o lingote de cuerpo.

Y es el más alto don ese estado de alerta,
ese tiempo tan quieto.
Pues quien no conoció la tristeza
ignora que amar no hace ruido.

Fuera de sitio

Imagina que el tiempo sólo es lo que amas:
unas pocas palabras, unos seres exactos,
unas horas muy lisas, una playa (quizá)
donde el daño no acecha.

Imagina la vida como no lo es ahora,
no quiero decir como algo perfecto,
sino un resplandor, cierto abril de muy lejos,
un tributo al azar sin otro destino
que el confín fugitivo de un eco sin rostro.
Y después cualquier cosa. 

 Con qué precisión va la edad hilvanando el espino.
Y qué extraña la urgencia de ir en pie hasta la ola,
celebrar lentamente que aniquile mi huella,
mi escritura de hombre, mi certeza de surco,
ser la alta misión de lo que nunca concluye
como no cierra el mar su recado en la orilla.

Pero no es estar quieto la razón ni la meta,
sino un querer más pequeño, una conquista más clara:
ver la vida llegar de su noche a tu noche
en un cuerpo ajeno,
pronunciar susilencio,
abrazar su alambrada,
desear su vacío,
delirar sin camino, sin mapa, sin fuego,
hasta el tiempo sin tiempo
del país que no haremos.

 (De Los desengaños)

antoniocastro.bloguia.com

Breve historia del hombre

Aquello que rodea estrepitosamente un lugar que nadie habita,
casi un bosque.
Allí donde un cuerpo es forma de paso, balanza sin medida,
jaula sobre lo impuro ensartando ritmos. Y es paz después de todo.
Oscuras sirenas en torno a la memoria,
bocinas y grisú hasta comunicarme. Húmedas manos.
Soñar es nada, clamó Ungaretti.
Traficar con labios y quincalla, con amor, minúsculos engaños
que cortan como un vino el pecho de lo hombres.
Drogados de lo necesario, dotados como animales de llanto,
de madre y enemigos,
aceptamos el destino de ser eco de sombra,
aceptamos el prestigio de ser
lo que no fuimos.

Noctámbulos

Sabemos que la noche existe
porque nunca conquistamos sus afueras.
Sabemos que la noche existe
porque es prehistoria de la luz,
portada del origen,
y no cabe en su asfalto una verdad tajante,
ni el lujo malvendido de las indecisiones.
Sabemos que la noche existe
porque la tarde cayó al suelo,
porque toda risa es previa a la cordura
y hay restos de niño bajo la piel de los charcos
y un agua de vida en las manos del ciego.
Sabemos que la noche existe
porque en ella el amor es predicado,
un tóxico cualquiera,
y van todas las bocas hambrientas sin saberlo,
cerrando cicatrices,
trazando sin temor un atlas de agonía,
despeñando entre los nombres su deseo.
Sabemos que sabemos de la noche
porque a cierta hora
uno acepta que sólo puede ser
el último eslabón de la pureza
o el sol de la derrota de sí mismo.

Rilke

Imaginaos la vida como si fuera esto. Exactamente lo que veis y lo que
os duele. La misma sombra muda en cada hombre. El hielo. El fulgor de
un sueño y su quebranto. El abrir los ojos y educarlos (sin pasión) a no
entenderlo todo. Jamás darle a las cosas su significado exacto. Asumir
desde el origen ya la muerte. La belleza con que ésta se disculpa. Sólo así la
soledad cumple su ciclo y es un alto don irrenunciable. Mi soledad y yo. El
color de mi orina. Las rosas feroces. Los deseos. Despertar en la noche con
la infancia anegada bajo el portal del párpado y sentir que lo terrible es un
momento entre dos nombres. Que todo éxtasis es un desván a destiempo
del mundo. Es un rumor de flor que no se pudre. Yo quise escribir con el
ansia del que llega a existir demasiado tarde. Escribir por no lastimarme.
Por ser transparente. Anticipar mi extrañeza y después confirmarme en
ella. Yo, Rainer María Rilke, mitad miseria, mitad maravilla. No saber vivir
más allá de mí mismo: ésa fue mi conquista.

Poemas pertenecientes al libro Los desengaños,
Premio Loewe 2014,
editado por Visor el mismo año

 

 

Luna Miguel

Luna Miguel

Alcalá de Henares,1990. Poeta, periodista y traductora española, Luna Miguel ha participado en varias antologías poéticas y trabajó en ACL Radio. Ha publicado poemas en varias revistas y publicado plaquettes y poemarios.

Obras de Luna Miguel

Estar enfermo, 2010. Ed. La Bella Varsovia

Poetry is not dead, 2010. Ed. DVD Ediciones

Pensamientos estériles, 2011. Ed. El Cangrejo Pistolero

Bluebird and other tattoos, 2012. Ed. Scrambler Books
Musa enferma, 2012. Ed. Damocle edizioni

La tumba del marinero, 2013. Ed. La Bella Varsovia

Más allá de la quietud, 2013. Ed. Melón Editora (Argentina)

Museo anatómico, 2014. Ed. Poetry Will Be Made By All /// 89plus

El dedo, 2016. Ed. Capitán Swing

El arrecife de las sirenas, 2017. Ed. La bella Varsovia

Stomachs, 2017.
Ed. Scrambler Books

lunamiguel.com

Poemas de Luna Miguel

Cicatrices

Mi abuelo tiene una cicatriz en el estómago.
Mi abuela tiene una cicatriz en el pecho.
Mi madre tiene una cicatriz en la garganta.
Mi padre tiene una cicatriz en la rodilla.
Mi amante tiene una cicatriz en el costado.
Mi vida no tiene cicatrices. Solo manchas,
aceite, tiempo quemado:
un rasguño.

Mudanza

El único lujo aquí
es el agua caliente.

La certeza de tener
una piel
limpia.

La dignidad del gesto,
gota a gota,
sin jabón mi perfume.

Mi casa es tu casa.

Ven.

La bañera es para todos.

Bendícete en este agua
púrpura.

Comprende qué poco importa
la precariedad
cuando tú
lo sabes
estás donde debes.

Ancla plateada

Eres un buen momento para nacerme de este brazo.

Para nacerme de las rodillas.

Para nacerme:
nunca del vientre,
sí del tatuaje plateado.

Antes del óxido yo lo era todo.

Ahora soy futuro.

El hilo delicado que se anuda en el ancla.

De La tumba del marinero (La Bella Varsovia, 2013)

para saber sanar hay que saber enfermar

Apareció una y luego otra y luego otra.

Era verano y estaban por todas partes reproduciéndose como una plaga antigua.

Yo escuchaba sus latidos a través de la madera;
te pregunté si las cucarachas tenían corazón y
tú me dijiste que no sabías de eso.

Conocemos poco las cosas sencillas, pensé.

Nada nos importa hasta que duele.

Una bolsa azul con tu nombre y el del veneno

Dejaste de masticar la sangre: la vida se resumía en suero porque el suero es el nuevo oro.
Ya no buscamos diamantes, queremos longevidad.

Hay reinas que coleccionan comida bajo la cama y todas se creen princesas. ¿Recuerdas el
cuento? Hay musculatura. Tu medicina no olía bien.

Hay reinas que coleccionan comida, y en sus venas el suero. Y en sus estómagos los perros.

Ahora dicen que tienes náuseas pero yo sé que cada eructo es un canto.

Una bolsa azul con tu nombre y el del asesino.

Pero tú quieres alimentarte.

Tú quieres decirlo: sobrevivir cansa.

Palmeras

Por el camino una granja de palmeras
y en ellas se cría la luz
cómo se llama el matadero de las flores
me las he puesto todas en los labios
y no quiero más
están rojos porque simplemente son labios
la música lo eléctrico es lo que menos duele
por el camino una granja de palmeras
me casaría rodeada de ellas
fábricas
el humo el mar
aquí firmo el temor de cuando estoy fuera
el humo el mar
nadie sabe a qué se parece un espejo
ni siquiera los gatos que buscan
con sus pupilas la noche he visto la luz
he visto mucha más luz
por sus arterias flexibles y en las palmeras
aplastemos las palmeras con nuestras botas
de verano
los gatos tienen un dios en los ojos
su luz es el color de mi estómago.

De Los estómagos (La Bella Varsovia, 2015)

I

La felicidad no puede ser experimentada ni por
los vivos ni por los muertos. Eso me dijeron los
que dibujaban tus ojos en un pañuelo blanco.
Los que me tentaban: si otra persona, si una
sola persona recuperara antes que tú este pa-
ñuelo, los ojos de tu amado desaparecerían para
siempre. Los ojos. Desaparecería para siempre.
Tu amante. Los ojos de tu amante/amado como
una gallinita ciega. Ven. Date prisa. Tómalos la
primera. Los otros niños corren más que tú. Tó-
malos antes que ellos. Nunca ganaste al juego
del pañuelo, pero aguanta. Aguanta esos ojos
estériles. Aguántalos sangrantes en tus manos,
en tus globos oculares, los ojos sobre los ojos,
y más ojos sobre más ojos. Introdúcelos en tu
organismo. Pez de tres ojos. Pez radioactivo de
dibujos animados. Toma los ojos de tu amado.
¿Cuántos ojos hacen falta para ver el mundo?
¿Cuántos iris, para creer en el amor? La felicidad
es ciega, dicen. Nadie la ha visto. A todos
nos mienten sobre su esencia. Que si mariposas
en el estómago. Que si cucarachas en el pecho.
Que si larvas en las varices. El terror también
es ciego. El amor y las cosquillas. Nunca me
gustaron demasiado las cosquillas. De pequeña
mi padre me tomaba de las caderas y me hacía
cosquillas. Presionaba tan fuerte mi carne que
yo solo podía llorar. Debía llorar. Cuando la risa
de la cosquilla se convierte en dolor. La infancia

era dolor. La infancia era pesadilla. A veces mi
padre me leía cuentos de Cortázar y yo solo
temía por mi vida. Personajes extraños y apocalípticos
rondaban mi cabeza por las noches.
Los cronopios como monstruos. La infancia
era cronopio. Las historias de Cortázar como
el peor cuento de terror que se le puede leer a
un niño. ¿Acabaré desdichada? Pensé. ¿Será mi
futuro el de un cuento de Cortázar? ¿Respiraré
bajo la tela gruesa de este jersey naranja? ¿Me
encontraré conmigo misma de frente, en mi
sofá, leyendo mi propia muerte en un papel?
Me dijeron: toma los ojos de tu amado. ¿Y yo?
¿También acabaré ciega?
Decía,
¿desdichada?

II

Nos venden la felicidad cual refresco. La felicidad
es hidratante y dulce. La felicidad es burbujeante
y suave. La felicidad es una droga cursi
que entra por las uñas y baja por la garganta
cual aspirina triturada (el bote de las pastillas, trá-
gatelo), cual grumo seco de cacao (el bote de los
polvitos, trágatelo), cual aguja, punzando fuertemente
la inocencia. ¿Pero qué es la inocencia?
Alguna vez intenté responder a esa pregunta y
entonces nada volvió a ser lo mismo. Preguntarse
por la inocencia perdida es la mayor barbarie
que conozco. Mírate, has crecido, y cerca de ti
solo veo cucarachas. Y cerca de ti los insectos
saben. Qué corazón tan ridículo. Cuánta pena
dan tus bichitos en el pecho. Mis bichitos cuando
te pienso. Los bichitos en mi débito y mi
pobreza. Madurar es la pobreza. Cuando uno
encuentra cero céntimos, cero algodones, cero
esmaltes, cero respiraciones, cero palpitaciones,
cero cánceres. Cuando sabe que el dinero
es quien dicta nuestra digestión, ¿cómo se puede
ser feliz? Trabajar en lunas ficticias. Devorar
comida barata. No quiero el dinero de papá ni el
de mamá. No quiero su dinero ni su casa.
Aquí: mi novela política.
Aquí: lamer el suelo.
Aquí: la independencia.
Aquí.

III

Leo a Julieta Valero. Me cuenta que el deseo es un
órgano vital como el arpa en las batallas, pero yo sé
que para nosotras, la niñas tontas, el deseo es
esa moneda brillante. Esa moneda que no tenemos.
Moneda de cambio en la felicidad. Te doy
tres papelitos y cuatro besos si me dejas dormir
en una casa caliente. Que ser feliz es tener
dinero. Que ser feliz es comprarse libros. Que
ser feliz es vestir la ropa que Nadia nos roba en
grandes almacenes. Pantalones de cuero. Camisetas
transparentes. Zapatos de tacón marrones con tachuelas
brillantes. Chalecos salvavidas. Angina en el escote.
Solo visto ropa robada. Solo huelo a caro y a robado.
Que ser feliz es qué. Nadie lo sabe. Y si
alguien lo supiera, ¿a quién se lo diría? ¿Por qué
compartirlo?
Si algún día sonríes que sea tu secreto.
Si algún día despiertas alegre que sea tu puto
secreto.
El mundo se desmorona y tú te diviertes.
Que sea tu secreto.

IV

Porque la felicidad no puede ser experimentada
ni por mí ni por el resto de ignorantes. La felicidad.
Alguien se la ha llevado. Alguien más listo
que tú y que yo se la ha llevado. ¿Por qué la deseo?
Hay quien prefiere vivir en los márgenes de
la felicidad. Los márgenes de la alegría: o estar
vivo o estar muerto. Hay quien prefiere merodear
las orillas. Lo alegre solo existe en el término
medio. Entre lo sombrío y lo clínico. Entre
el holocausto y la golosina. Por eso no estoy ni
viva ni lejos, ni cerca ni muerta. Mi salud es un
reloj de cuco. De él nacen tus ojos cada hora. De
tus ojos mi felicidad, cada hora. Y lloro todas las
semanas. Mal-estando, lloro todas las semanas.
Y entiendo este ácido.
Este éxtasis. Este límite.
Esta pequeña lágrima con forma de soga.

V

El útero de mi tía tiene forma de soga. Las sogas,
como las pulseras plásticas de las niñas que
venden en los chinos, tienen formas de animales
perfectos. El útero de mi tía Lourdes es un
animal perfecto: huele a estiércol y a hierba mojada
y a veces se lo comen las moscas. A mi tía le
han quitado un trozo de útero y no se va a morir
pero le duele. No se va a morir pero le asusta. A
mi tía le han quitado el útero y yo, que soy una
mala sobrina, no he ido a visitarla. Los hospitales
me dan miedo. Tanto que a veces prefiero no
ir a ver a mis seres queridos, opto por decir hola,
tía, estoy ocupada, opto por mentir, hola, tía, estoy
ausente. La primera vez que me quedé a dormir
en un hospital, fue para cuidar a mi abuela después
de su duodécima operación. La primera
vez que me quedé a dormir en un hospital mi
abuela se cagó encima. La habitación comenzó
a apestar. Llamé a las enfermeras para que limpiaran
pero no venía nadie. Abracé a mi abuela,
que lloraba de vergüenza. Pero su peste solo
me provocó amor. Su mierda era mi amor por
ella. Mi cara relajada, mi ceño sin fruncir, era su
amor por mí. El fin del mundo tiene que ser algo
parecido a esto, pensé: estar al lado de alguien a
quien amas cuando todo lo que te rodea apesta
a final infeliz.
El fin del mundo debería ser así.

Dos personas abrazadas en mitad del desconcierto.

Tranquilas pero tristes.
Con lágrimas pero soportando.

VI

En aquel tiempo yo leía a Beatriz Preciado y mi
madre estaba sana. Un año después también
tendría que visitar a mamá en otro hospital de
otra ciudad y de otro fin del mundo (pero eso
ya es otra historia). Yo leía a Beatriz Preciado:
aquel libro sobre testosterona, cuerpo, mutaciones,
medicamentos, jeringas y sexo. En aquel
tiempo no vivía en Madrid. Por eso todo me
daba asco. El mundo, fuera de la capital, era un
hospital enorme con úteros y sogas, y páncreas
colgando de las puertas… y el pus, el poema segregado
como pus de Panero. La felicidad consistía
en salir de todo aquello. Asistir a fiestas. Bailar
desdentada. Comer desdentada. Follar mucho.
Pensar en el dinero. Ser feliz sin todo aquello.
Ser feliz a costa del abandono a los infelices.
Esos infelices que me aman. Pobrecitos. Pobres
infelices. El malestar era mi familia. El malestar
era comprender a los demás. Comprender a
mis abuelos. Comprender a mis primas peque-
ñas. Comprender a los bebés que desconozco.
A los que nunca he tocado. Mira qué mundo le
entregas a esos bebés. Mira qué mundo les das
y qué olor les das y qué sabor les das: ¿es néctar
acaso? Pero si Ellos eran el malestar, ¿qué es
lo que ahora me entristece? ¿Qué es lo que me
entristece hoy si mi casa no es un hospital, si
mi cuerpo no es un bisturí, si mi enfermedad no
son los otros, si soy yo…? ¿Soy yo? La felicidad
no puede ser experimentada ni por los amantes
ni por los egoístas. Siempre he sido una egoísta.
Eso me dice mi amado. Eres egoísta y das asco.
No quiero decepcionar a mi amadito ciego. A
mi gallinita. El amor es la felicidad. El amor no
es la felicidad. El amor es ese cuento de Cortá-
zar que mi padre me leía.
El amor es amarse a uno mismo.
Amarse en la infancia.
Hermosa infancia.
El fin del mundo es crecer.
Qué egoísta.
Ya nadie me lee cuentos en la cama.

VII

Porque cuando era pequeña mi madre solo me
cantaba a los clásicos. Mi madre es arqueóloga
y estudia a los fenicios. El día que presentó
su tesis se equivocó y dijo Fecinios. Mi madre es
una mujer clásica atrapada en este mundo clá-
sico. Mi madre es paciente y cariñosa; le gusta
achucharme. Mi madre y yo nos damos besos
en la boca cuando nos abrazamos. Mi madre fenicia
trataba de describirme los dedos rosados
de la aurora en Homero, trataba de explicarme
sus metáforas y luego yo no he sabido inventar
ni una sola. Quizá porque ya las aprendí todas
hace años. Quizá porque todas me recuerdan a
ella. Mi madre no me leía La Ilíada sino La Odisea.
¿Cómo voy yo a leerte La Ilíada, Luna?, me decía.
¡Es un libro demasiado sangriento para una niña
pequeña! ¿Demasiado sangriento? ¿Demasiado
sangriento? La sangre es el néctar de los poetas.
Toda la sangre es digno de un poema. Todo lo
que menstrúa es digno de un poema. Demasiada
sangre para una niña de cuatro o de cinco o
de cien años. Mi infancia fue larga y alegre. Mi
infancia terminó con el primer beso del primer
gato y volvió a empezar con el último beso del
último insecto. Ahora vivo mi segunda infancia.
Mi cuerpo de nínfula sin cicatrices. Mis axilas
de Monelle, sin vello ni olor. Mis pies diminutos.
Los dientes de leche. La niñez no tiene por
qué corresponderse con la inocencia. La niñez
no tiene por qué corresponderse con la pureza.
Sin embargo la felicidad era lo puro de un cuerpo.
Lo pulcro de un cielo que nos guarda los
párpados. Que nos mece y nos engaña. ¿Qué es la
pureza?, preguntaba Dono. ¿Qué, la felicidad? ¿Y
el viento? ¿Y las gasas? ¿Y qué son las monedas
amarillas de los pobres? ¿Qué son los anillos?
¿Qué son los noticiarios?
¿Qué son las amapolas?
¿Qué es la heroína?
¿Qué es la voz?
¿Y la familia?
¿Y los otros?
¿Qué es el fin del mundo?

VIII

El mundo no se puede acabar ahora. No se puede
acabar. Te he comprado un anillo de plata
para que nunca lo pierdas. Tómalo y toma tus
ojos. Póntelo y ponte tus ojos. La muerte no puede
ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos,
escribió William T. Vollmann. La extraña claridad
de esta ventana solo me recuerda a una
gran epidemia.
Y si esto se acaba.
Dime.
¿Qué significa entonces quedarse solo?

La tumba del marinero, 2014

poetasdelfindelmundo.com

Elena Medel

ElenaMedel

Elena Medel Navarro nació en Córdoba en 1985. Escribe el poemario Mi primer bikini a los quince años y obtiene con él el Premio Andalucía Joven de Poesía.

Su poesía fresca, joven y directa hace que se la incluya en diversas antologías como La lógica de Orfeo, Poetisas españolas, Edad presente, Veinticinco, Inéditos y Antología de poetas españolas 1940-2002.

El suplemento Tentaciones de El País la escoge como una de las personas menores de veinte años más prometedoras, siendo la única seleccionada en la categoría de literatura.

Estudia Filología Hispánica en la Universidad de Córdoba y ejerce la crítica literaria en medios como Clarín, Mercurio o Espacio 3. Además, lleva adelante iniciativas como La bella Varsovia.

En 2004 se publica su poemario Vacaciones.

Obrras de Elena Medel

  1. Mi primer bikini. Barcelona: Dvd, 2002. Poesía.
    Ganadora del Premio Andalucía Joven de Poesía 2001
  2. Vacaciones. Almería: El Gaviero, 2004. Poesía.
  3. Todo un placer. Prólogo. En: Todo un placer: Antología de relatos eróticos femeninos. Córdoba: Berenice, 2005, pp. 7-21. Cuentos.
  4. Tara. Barcelona: Dvd, 2006. Poesía.
  5. Nuestras hijas. Cuento. En: Matar en Barcelona. S. Pareja, Ana (ed.) . Barcelona: Alpha Decay, 2009. Cuentos.
  6. [301] Eliza Grimwood. Cuento. En: Bleak House Inn: Diez huéspedes en casa de Dickens. Santos, Care (ed.) . Zaragoza: Nevsky Prospects, 2012. Cuentos.
  7. Chatterton. Madrid: Visor Libros S.L., 2014. Poesía.
    Ganadora del XXVI Premio Loewe de Creación Joven de Poesía 2013
  8. El mundo mago: Cómo vivir con Machado. Barcelona: Ariel, 2015. Ensayo.

Poemas de Elena Medel

Bellum jeans

Hoy, por fin, descubro que tengo buena suerte.

Que cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen, intuitivas, por los túneles de mi torso.
Que mi estómago ha aprendido del mito de Narciso
y ya silencia él sólo su grito desgarrado:
la desgracia de la hermosura ansío para mí.
Que mis dedos escarban y consiguen rescatar lo inútil,
o lo útil que yo sé -o creo- que no sirve.

Por merecer la más bella envoltura rezo cada noche.

Por ser la vencedora en la batalla diaria de Zara:
la guerra de los pantalones vaqueros más estrechos,
de colores, con dibujos, los de marca, los más caros,
porque cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen, intuitivas, por los túneles de mi torso.
Por liderar el ranking de los cuerpos más apetecibles,
más llamativos, por una cosa u otra, a la cabeza
de las sedas varoniles, los mentones perfectos,
el vello hermoso enmarcando sus labios.

Aunque no sea alta ni melancólica ni mis manos expertas.
Insignificante, sonriente e ingenua como soy
acumulo mandatos de porcelana en el cubo de basura.
Y cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen, intuitivas, por los túneles de mi torso.

Magnífica estrella la mía. Hoy, por lo menos,
después de la austeridad de ya no hay llave,
tan sólo me duele la habitación número trece.

Y es un lujo morir habiendo prescindido del desayuno.

Irène Némirovsky

Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L′Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad…
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.

Mi primer bikini

Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.

Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo -como una medusa de bronce-
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.

Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches

Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
Vende dos y ante ti se resolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.
Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
por dentro de tanta soledad.

 

De Tara, 2006

Candy

Rota sobre el arcoiris,
descubro que la lluvia
es mi única coraza.
De noche se me forman
piscinas en el hombro,
mientras cuento mis pecas.

De mañana, imagino
que buceo en ellas:
que mi nuez es esponja,
que escribo mis poemas
con la ruina de nadie.
En el fondo de todo
-cuyo cielo es trapecio-
mi cuello de botella
se empequeñece y ríe,
con un mensaje dentro:
salir jamás de aquí,
hormiga a pata coja.

O tumbada en añil:
mi barbilla es cruel
y araña el imperdible
que sujeta mis botas,
o me arranco de cuajo
el punzón que me aferra
al balcón, y me asomo.
He estado ahí abajo.
Golpeo el techo y llueve.
Diluvia mi cabello:
la lluvia es mi defensa;
éste, mi himno acuático.

He estado ahí abajo.
Abajo, más profunda.
Donde puedo estar sola.
Incluso más abajo,
incrustada en el fondo
del agua o de la tierra.
Trenzas destartaladas:
soy muñeca de sucio
trapo, pisoteada,
rota sobre el arcoiris.

amediavoz.com

 

 

 

Enrique Falcón

Enrique Falcón

Nació en febrero de 1968 en la ciudad de Valencia. Insumiso al ejército y a la prestación sustitutoria, objetor fiscal a los gastos militares, milita en un sindicato anarquista, trabaja con jóvenes, forma parte de una comunidad cristiana de base y es miembro de organizaciones vecinales y de colectivos de apoyo en prisión.

Ha publicado varios libros de poesía y de ensayo político y su obra ha sido recogida en numerosas antologías y volúmenes colectivos dedicados a la poesía española actual.

Tras cerrar el ciclo de escritura de La marcha de 150.000.000 y de la ‘Trilogía de las Sombras’, y después de vivir durante esos 25 años en un barrio de acción preferente de la provincia de Valencia, regresó a su barrio natal, en la periferia obrera de la ciudad de Valencia. En ese mismo año de 2015, y representando a su país en los actos conmemorativos del Día Mundial de la Poesía que organizó la Unesco, anilló públicamente en Berlín el sentido de la última estrofa de su «Canción del levantado» a los jardines que rodean el Bundestag alemán.

Vinculado a la coordinadora de la Unión de Escritores del País Valenciano – Foro Social de las Artes, fue miembro del consejo de redacción de la extinta revista «Lunas Rojas» y perteneció al colectivo de crítica literaria «Alicia Bajo Cero», responsable del polémico volumen Poesía y poder.1

El corpus teórico que anima su labor como escritor y poeta ha ido apareciendo a lo largo del tiempo en diferentes artículos (principalmente las Cuatro tesis de mayo, Las prácticas literarias del conflicto y El amor, la ira) luego recopilados en el volumen Las prácticas literarias del conflicto: registro de incidencias.

Sus poemas han sido musicados por diversos artistas como Javier Peñoñori, Exquirla o Niño de Elche.

wikipedia.org

Poemas de Enrique Falcón

España y poesía, viejita y regañada

con la complicidad de Eladio Orta

En mi país cocido de lejos buenamente con las tripas afuera
los poetas comen jeringuillas con leche
carne de avestruz
brotan de las cuevas con un poco de saliva
se derraman por el campo como niños sin dientes.

En mi país cuchillo en las trenzas de los buenos empresarios
no hay huelgas generales:
los poetas las evitan con un trapo en la boca
brotan de las cuevas con temblores de piel
y lamen los cercados de los hombres ricos.

En mi país castigo en periferia de los barrios más bellos
se prohíben cosas que no sean de madera:
con blancos mondadientes se arrancan los colmillos
los poetas honestos de todo el país
brotan de las cuevas con los párpados mudos
para luego calmarse con trescientos espejos
los poetas honestos de todo el país.

Mi
verdadero conflicto:
que me muerden mis versos,
que no tengo país.

(del libro: Codeína)

Falseando alternativas

“La justicia no es anónima,
nombre y dirección?
—Bert Brecht

(para jorge riechmann)

Ocurre que al amor le sigue
un rubor de tierra tras tu patio.

Ocurre que existe la injusticia,
su sal en el aullido
sin más temblor que la esperanza.

Ocurren las dos cosas
en el mismo tiempo que ambos preguntamos.

Y est?por decidir

sobre qu?posar la lengua
el poema que viene.

(del libro: Codeína)

Fragmento V /3 de La marcha de 150.000.000

el Canal se extiende, en su parte principal,
desde la presa del Pinjab, a
lo largo de novecientos quilómetros llegan,
hasta donde desembocan Beas y Sutlej,
áridas, las matanzas negras del olivo, tú nunca llegaste,
amor, hasta las fiestas, fueron
silbo y desolación del hombre en los pastizales lentos de su boca,
a lo largo del acoso de su boca,
—…y todas estes redes infinitas…—?
A
bro entonces las piernas a este lado del Canal,
10
mil jaguares maquillando el adobe en las tardes tremendas,
raparon este pubis arañando biologías
y espesas de licor, de vientre en barricada,
pero TÚ nunca llegarás, olvida,
fue dura la extensión del proyecto, —20 metros de ancho y líquenes de sal
[sobre sus muslos,
vestidos como gamos de acero compacto, maquinaria sueca y tractores de
[capacidad cúbica media
—perdieron la lógica en las espumas
y finalmente, bajo la luz de las estrellas,
sembraron bueyes infinitos,
un inmenso ardor de bueyes en el ojo—
quién diría patria, jornada del desierto, …pan?
sembraron y durmieron,
y un niño de los nuestros seccionó los mediodías,
abriendo agua en los trigales del espanto,
en el reportaje gráfico se observa
el lento declinar de la serpiente a la orilla de la brecha
mientras no arrecie la tormenta habrá trabajo y no
tendremos que volver al regadío,
lejos del desierto y de las temidas filtraciones del subsuelo
la tribu esparce siembras y recoge manantiales,
cemento y labranza a este lado del espanto
sucios de calor a este lado del espanto
a este lado del espanto tiernos de alfileres
a este lado del espanto sus carpas arrasadas:
van y siegan, mueren solos;
fueron
(como se informó) los antiguos envíos
de correas mutiladas a la noche,
una firma militar, y el sello del Correo
en harapo y velo gris,
la que habló con tigres desbocados
cayó rendida hace nueve horas,
nadie da con su mejilla,
a
tentamente, el médico en Zona De
(Rajasthan)
—y vuelo
planeando entre sus brazos como un frío miserable
en sus propias almas gritarán las llanuras, azules del desgarro
con un odio infinito hacia las rocas;
lue-
go,
desde el Pinjab, se cubren las tiendas con plástico sobrante del Canal
y el adobe forma hileras interminables sobre el lecho
quebrando el cielo con colores simbólicos
y agrupando espacios en sus brechas
cavan nichos para padres, hijos o hermanos,
los árboles los plantaron ellas y hay casos de partos en sus orillas,
pero los marjales
ésos los hicimos nosotros (y la locura),
antes que las lluvias se llevaran los mapas, las
osamentas ciegas del vacío,
con fiestas en sus tiendas:
sólo luego los matamos.

Hola de conquistas

a Diana Bellessi y Eliana Ortega

las mujeres enfermas que jugaron con burros
las que cavaron tumbas en las palmas de un trueno
las sólo voz dormidas en los centros solares
las hambrientas de todo
las preñadas con todo
las hijas del golpe y de los sueños mojados
las que fijan continentes que dejaron atrás
las niñas con pimienta en sus quince traiciones
las de pan-a-diez-céntimos sin cafetería
las del turno de visita con oficios de muerte
las madres eternas de los locutorios
las arrasadas, las caratapiadas, las comepromesas
las terribles solitas en las salas de baile
las clandestinadas pariendo futuros
las oficinistas que ahogaron sus príncipes
las acorraladas
las desamparadas, las sepultureras
las del polvo sobreimpuesto y el trago a deshora
las poquito conquistadas
las niñitas vestidas con mortajas azules
las que cosen el mundo por no reventarlo
las mujeres con uñas como mapas creciendo
las hembras cabello-de-lápida
(todavía más grandes que su propio despojo)
las corresquinadas, las titiriteras,
las que tierra se trajeron atada a los bolsillos
las nunca regresadas
las nunca visibles
las del nunca es tarde
las del vis-a-vis sin un plazo de espera
las reinas en los parques y en los sumideros

todas ellas las mujeres que me llegan con todos sus cansancios,
todas, en sigilo: las amantes

y mis camaradas.

(del libro: Codeína)

poemasdelalma.com

Ana Pérez Cañamares

Ana perez Cañamares

Ana Pérez Cañamares nació en Santa Cruz de Tenerife en 1968. Es licenciada en Filología por la Universidad Complutense de Madrid.

Varios de sus cuentos han sido publicados en obras colectivas como Por favor, sea breve: antología de relatos hiperbreves y Lavapiés. Ha ganado premios de poesía y relatos (fue finalista del premio La Sonrisa Vertical, dentro del colectivo Cori Ambó), y colabora asiduamente en revistas literarias, para las que escribe cuentos, artículos y reseñas.

En la actualidad imparte, a través de internet, un taller de iniciación a la escritura.

Premios de Poesía de Radio Juventud, Gloria Fuertes y Pluma de Oro. Cursos de análisis y crítica cinematográfica (Film: an introductory course) en el Birbeck College, University of London. Profesora de talleres literarios (presénciales y a distancia). Redactora de materiales de enseñanza de literatura y correctora de estilo.

Obras

  1. Roberto en el armario. Cuento. En: Qué mala suerte tengo con los hombres. Obligado, Clara (ed.) . Madrid: Catriel, 1997. Cuentos.
  2. Última voluntad. Cuento. En: Cuentos para leer en el metro. Obligado, Clara (ed.) . Madrid: Catriel, 1999. Cuentos.
  3. El caye. Cuento. En: Lavapiés: Microrrelatos. Madrid: Opera Prima, 2001. Cuentos.
  4. La amiga de mamá. Cuento. En: Por favor, sea breve. Obligado, Clara (ed.) . Madrid: Páginas de espuma, 2001. Cuentos.
  5. Adrianes y tristezas. Cuento. En: Historias de amor y desamor. Obligado, Clara (ed.) . Madrid: Trivium, 2001. Cuentos.
  6. John Wayne cabalga sobre el arcoiris. Cuento. En: Maldito amor mío. Lima: Signo Tres, 2002
  7. En días idénticos a nubes. Madrid: Mileto, 2003. Cuentos.

    escritoras.com

 Poemas de Ana Pérez Cañamares

Generaciones

Antes de morir, mi madre dijo mamá, ven
mientras me miraba sin verme;
yo dije mamá, quédate
abrazando su cuerpo diminuto
envuelto en pañales y olor a talco;
mi hija dijo mamá, no llores
y me acarició la cabeza consolándome.
Cuando mama murió, durante unos segundos
no tuvimos muy claros los lazos que nos unían
no supimos quién se había ido
y quién se había quedado
ni en qué momento de nuestras vidas
estábamos viviendo
o muriendo.

(De La alambrada de mi boca)

Hijo mío

Que soy libre, me dicen.
Pero si quisiera tener otro hijo
tendría que llevarlo al Banco de la esquina
porque suya es mi casa.
Mi niño llamaría padre al director
y madre a la cajera
aprendería a andar con una silla de oficinista
dormiría en un cajón del archivador
y yo sólo sería un pariente lejano
que le sonreiría desde mi puesto en la cola.
Me pasaría de vez en cuando con la excusa de ampliar la
hipoteca
sólo para ver qué tal me lo crían
cómo le afecta el aire acondicionado
si sabe poner un fax
y si el director le regala un juego de sartenes
por su cumpleaños.

(De La alambrada de mi boca)

Las piedras

Durante las vacaciones
recogemos las piedras
que el mar nos regala.
Son las piedras con las que luego,
En el invierno, reconstruimos
Las ruinas de nuestras guerras.
No solo les pedimos
Que resistan.
También que nos recuerden
que el mar existe.

(De Alfabeto de cicatrices)

Perdonadme que ahora juegue

Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa
Wislawa. Szymborska

Cuando veo fútbol, tenis
carreras de fórmula 1
no olvido que en otras cadenas
siguen los telediarios.
Mientras gritamos gol
otro coche bomba explota
en un mercado; antes
de que acabe el set
habrá diez palestinos menos;
se apaga el semáforo
y una vida más en Guantánamo.

Mis padres llamaban
partes a los telediarios.
Ellos sabían que la guerra
no había terminado:
mientras en el salón la tele
vomitaba metralla,
la radio en la cocina
escupía recuentos de muertos.

Perdonadme que ahora juegue:
el dolor fue una institutriz severa.

(De Alfabeto de cicatrices)

espaciluke.com

 

Manuel Vilas

Manuel Vilas

Manuel Vilas es narrador y poeta. Ha publicado los libros de poemas: «El Cielo» (DVD Ediciones, 2000), «Resurrección» (Visor, XV Premio Internacional Jaime Gil de Biedma, 2005), «Calor» (Visor, VI Premio Fray Luis de León, 2008). Como narrador es autor del libro de relatos «Zeta» (DVD, 2002),de las novelas «Magia» (DVD, 2004), «España» (DVD, 2008) y «Aire Nuestro» (Alfaguara, 2009).

Poemas de Manuel Vilas

FRANCIS SCOTT FITZGERALD

                                                               (inédito)

Convertiste tu vida en un derrumbe prematuro.
Y son palabras tuyas estas que ahora cito:
“está claro que vivir consiste en hundirse poco a poco”.
Y un veintiuno de diciembre de 1940,
caíste muerto en el living-room del apartamento
de Sheila Graham, en Hollywood,
el gran favor de aquel infarto que te sacaba de la vida
porque ya no había vida en ti,
mil pedazos, mil cristales dorados,
brillando sobre el suelo.
Dime, ¿la amaste?, dime ¿te amó ella?
¿Dónde está Sheilah ahora, y Zelda, dónde?
Tú, que creaste a Jay Gatsby, la criatura más resplandeciente de la vida
e hiciste –nunca te lo perdonaremos– que ese hombre enigmático
se enamorara locamente de una mujer llamada Daisy,
la mujer más egoísta de la Historia
y la más bella y la más codiciosa del santo dinero,
de la riqueza y de las fiestas y del champán y de los coches de lujo
y de las mansiones y de los grandes viajes
a la Riviera francesa, todos nuestros amigos esperándonos
en la playa, con la copa en la mano, en veranos legendarios.
Pero aquí estás ahora, de pie frente a mí,
como fantasma ilustre de la gran literatura
y por tanto de nuestro escaso saber sobre la vida,
con tus depresiones, con tu alcoholismo, con tu expiación,
con tu mujer, con tu amante, con tu pobreza final, con tu hija Scottie,
pagando facturas de universidades y de médicos,
y con tu conquista laboriosa, al fin, de la nada y de la muerte.
Y en 1948, Zelda Fitzgerald ardió viva en el incendio
de un Manicomio de Carolina del Norte, donde sobrevivía
como un fantasma más entre los millones de fantasmas
que pueblan este mundo
del que tú ya habías, elocuentemente, desertado.
Tu elegante y envidiable fracaso,
tu ascensión a las nubes cristalinas
del firmamento, tu penuria, tu caminar erguido
hacia la destrucción,
pero no la destrucción común a muchos hombres,
(porque vivir es hundirse poco a poco pero no todos
–tú lo sabías—se hunden igual),
No la destrucción común –digo– a miles de hombres
y miles de mujeres,
sino la rigurosa y lenta liturgia del derrumbe,
su ceremonia inmemorial,
la conciencia bajo el calor de agosto, en el Sur ardiente,
mandorla secreta del dolor insoportable.
Duerme, duerme en paz,
hijo del viento último de la tarde áspera,
de los grandes veranos de Long Island
y de sus crepúsculos agudos.
Te beso.
Bésalas tú a ellas tres a cambio de mi beso,
a Sheila,
a Zelda,
a Scottie,
a la oscuridad,
a la enfermedad
y a la inocencia.

MACDONALD´S

Estoy en el MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza,
haciendo la cola gigantesca,
con los ojos clavados en los carteles de los precios,
el dinero justo en la mano derecha,
billetes arrugados.
Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece,
mi hermano ciego.
El niño está solo, no bebe,
no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
esa soledad idéntica a la mía,
¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
y está sentado, quieto,
en su trono, la negritud y el niño,
en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.
MacDonald´s siempre está lleno.
Es el mejor restaurante de Zaragoza,
una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
de pajitas, de bandejas.
Es el mejor restaurante del mundo.
Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice «I´m lovin´ it»
Tengo una bota encima de un charco
de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
Una nata blanca, despedazada.
Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.
A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
Y ríen y tragan patatas fritas.
Y yo trago patatas fritas.
Y dos maricas están enfrente comiéndos
la misma hamburguesa goteante,
cada boca en un extremo, y se m
se muerden.
Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan
Y se despedazan.
En Londres, en París, en Buenos Aires,
en Moscú, en Tokio,
en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
en Pekín, en Gijón,
somos millones, la tarde harapienta,
el dolor en el cerebro, la comida,
millones en miles de subterráneos esparcidos
por la gran tierra de los hombres.
Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida,
baratas las patatas.
Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.
Si Lenin volviera, MacDonald´s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.
Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald´s
de la Plaza de España de Zaragoza,
pero no séqué es.
No lo sé.
De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
En MacDonald´s, allí, allí estamos.
Carne abundante por tres euros.

LA LLUVIA

                                                 Madrid, 22 de mayo de 2004

Vimos el Rolls del año 53 con las ruedas blancas
(mil kilómetros en cincuenta años)
en las teles de los bares del barrio del Actur de Zaragoza.
Sostenía en mi mano una copa de vino blanco fría
y ya hacía calor en España,
los hoteles del Mediterráneo estaban de limpieza general,
habitaciones abiertas con camareras esmeradas, esperando
la llegada de setecientos mil ingleses,
un millón de alemanes, cuatrocientos mil franceses,
cien mil suizos y cien mil belgas.
Estábamos con un vino blanco en la mano y los cuellos
levantados hacia el televisor.
No vino Isabel II de Inglaterra; Isabel II
sólo aceptaría ir a la boda del Rey de Francia
y, como en Francia no hay Rey, Isabel II
se queda en palacio para siempre, reclinada sobre el mundo.
Son los súbditos de Isabel II los que aman el sol de España
y la cerveza barata,
los que exhiben la bandera británica
en las terrazas frente al mar.
Crepusculares casas reales venidas
de los rincones más oxidados de la historia
el 22 de mayo de 2004 surgieron en las televisiones de España,
países nórdicos, lejanos y prósperos, fríos, alejados
de este corazón inacabable.
Rouco Varela cantando la misa.
No vino el presidente de la República Francesa.
Los arzobispos, bicolores, felices.
El nombre de Dios dicho en voz alta muchas veces.
La terca obsesión en nombrar a Dios, nombrarlo
como quien nombra el poder, el dinero,
la resurrección, la guillotina, la cárcel, la esclavitud.
El emperador del mundo se quedó en América,
ajeno a los ritos menores de sus provincias.
Los enormes paraguas azules.
Levantarse a las seis de la mañana
para que te maquillen, te depilen, te hagan la manicura,
qué felicidad tan grande.
Los grandes desayunos, los cubiertos de plata,
los mejores vinos y las colonias bárbaras.
Las duchas gigantescas, las suites, los bombones suizos,
las zapatillas de oro, los eslips de platino,
el zumo de naranja con naranjas atroces.
El lujo y el servicio, siempre gente abriéndote las puertas.
La sonrisa permanente.
Los profesionales de la sonrisa permanente,
esa sonrisa representa el trabajo más inhóspito de la historia.
¿Sonreír? ¿Por qué?
Y Umbral, y Gala, y Bosé, y A., y J., y Ayala, y M. M.
entrando en la Catedral de la Almudena,
recompensados, elegidos,
a la diestra colocados, los jefes de la inteligencia española,
de la subida española, de la gran crecida.
La gran subida, la gran ascensión.
Y los ciento noventa quemados vivos tuvieron su homenaje,
el absurdo pueblo mutilado, el goyesco pueblo
elemental y monárquico,
el Rolls pasó ante ellos.
Y el expresidente del gobierno bebió Rioja Reserva del 94,
todos los expresidentes de España, con su chaqué,
y sus mujeres en un segundo plano,
protectoras, devoradas, confundidas
para siempre, pero felices de haber llegado allá,
allá lejos, allá donde el aire es de oro y la mano coge el mundo,
allá donde España entera quiso que estuviesen
y la legitimidad democrática es un fulgor definitivo.
Las pamelas iridiscentes, los yugos en la cabeza,
los yugos bajo el cielo oscuro.
Y José María Aznar y Jordi Pujol
y Felipe González, juntos de nuevo.
Y los tres se sintieron satisfechos viendo la obra bien hecha,
la sucesión de Franco, la mano europea, paternal,
sobre nuestras cabezas,
la sucesión de Franco, las mantillas del franquismo
metidas en los armarios,
chillando de envidia y respirando naftalina muy blanca.
Y Juan Carlos I cargando con España,
porque quién si no cargaría con España,
con la historia de España, el sello papal en el dedo meñique.
Y Zapatero con su Sonsoles, voluptuosa, sonriente,
su tipo le hubiera gustado a Baudelaire o a Julio Romero.
Sonsoles parecía un Delacroix:
la anatómica Libertad guiando al pueblo,
pamelas vistosas, el rito político,
la aburrida historia,
los pechos caídos.
Y socialistas y liberales y ultramontanos juntos,
la izquierda y la derecha maridadas,
las nóminas engrandecidas hasta la saciedad,
buscando lo mismo todos, un Delacroix parecía Sonsoles,
la nueva reina de España,
del reparto de los despachos, las glorias,
los largos viajes por el mundo en aviones oficiales,
los oros laicos.
Ateos convertidos bajo el fulgor de las pamelas,
creyentes con el billetero ateo.
El poder en todo tiempo siempre igual a sí mismo.
La historia humana en todo tiempo como ya fue hace tiempo.
El mismo tiempo siempre.
Repitiéndose la esencia de España, la esencia del mundo grande.
Y nosotros bebiendo en el Actur, al lado de las grúas y del Hipercor,
felices de que nos dejen beber este vino
frío en una copa medio limpia, felices
de poder pagar este vino y dos más.
Y la palidez privada de la reina Rania de Jordania.
Y la lluvia.

blogdemanuelvilas